La renuncia de Benedicto XVI al pontificado, que se hará efectiva el próximo jueves a las 20:00 horas, ha hecho que historiadores y canonistas echen mano de sus libros para buscar respuesta a las preguntas prácticas que generará la convivencia del nuevo Papa con su antecesor. ¿Cómo habrá que dirigirse después del 28 de febrero a Joseph Ratzinger? ¿Volverá a ser cardenal? ¿Es correcto llamarle obispo emérito de Roma?
El obispo español Juan Ignacio Arrieta, secretario del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, trata de contestar para LA RAZÓN a algunas de estas cuestiones que se hacen hoy los católicos. Sobre si podrá seguir llamándosele Benedicto XVI, la respuesta no está del todo clara. «La verdad es que no hay experiencia sobre este punto y lo único que se puede hacer ahora es elucubrar: supongo que se estará pensando y que se decidirá lo que parezca más oportuno. A mi entender, en este punto hay pocas cosas que puedan considerarse dogmáticas, en sentido riguroso, y pienso que prevalecerá un criterio que permita el adecuado encuadramiento pastoral de la situación del Santo Padre, también desde la percepción de los fieles cristianos», apunta.
Costumbre italiana
No es descartable, por tanto, que Ratzinger siga siendo hasta su muerte Benedicto XVI. «En Italia, por ejemplo, a quien ha sido presidente o director de una entidad se le sigue llamando así durante toda la vida, con toda normalidad, sin que eso cree ninguna confusión efectiva. Pienso que lo mismo puede suceder en este caso, pero hemos de estar a lo que se decida», apunta el experto canonista, para quien también está claro que, cuando alguien se encuentre frente al todavía Papa, deberá dirigirse a él diciéndole «Su Santidad», como también confirmó el presidente del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, Francesco Coccopalmerio. «Es la denominación que me parece más normal y natural, también porque sería difícil, y hasta un poco artificial, que quienes ha tenido a su alrededor durante estos años cambien el tratamiento», explica Arrieta.
Respecto a este asunto, confirma un sentimiento común en la Curia romana: «Si yo me lo encontrase y me acercase a saludarlo, me parecería lo más natural dirigirme a él como Santidad. De todos modos, como digo, en esto habrá que estar a lo que se establezca, porque falta experiencia».
Tampoco resulta fácil saber cómo vestirá Benedicto XVI después del 28 de febrero, aunque lo previsible es que no vuelva a utilizar la sotana blanca, pues es un símbolo del ministerio petrino. No obstante, la renuncia no significa que el Pontífice vuelva a ser uno más del Colegio Cardenalicio. «A mi modo de ver no resulta posible, precisamente por lo que significa la condición de cardenal: es un consejero del Papa, miembro del presbiterio de Roma, en donde tiene una iglesia titulo o diaconía, o diócesis suburbicaria. El Papa no puede volver, me parece, a la condición, aunque sólo sea formal, de miembro del ''presbiterio'' romano, con los derechos y deberes de los cardenales», apunta Arrieta.
Parece en cambio más claro que se conocerá a Ratzinger como obispo emérito de Roma, un título que se utiliza con los pastores ya jubilados del resto de diócesis del orbe católico. Para el secretario del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, esta opción no le resulta «fuera de lugar», aunque reconoce que otros opinan de forma diferente.
«Lo de Papa emérito, en cambio, me suena mucho peor...», reconoce. Las dificultades para saber cómo actuar en esta situación derivan del gran tiempo pasado desde que se produjo la otra gran renuncia en la Iglesia católica, la que protagonizó Celestino V en 1294. «La experiencia histórica es muy limitada, no se conoce con suficiente detalle, y el mundo de Celestino V era muy diverso del actual. Por otro lado, la teología del ministerio episcopal se ha desarrollado de manera relevante entre el Concilio Vaticano I y el Concilio Vaticano II, y ahora podemos afirmar con mayor seguridad aspectos del ministerio episcopal que antes no éramos capaces, aunque la fe sea obviamente la misma», sostiene Arrieta, quien cita como ejemplo la experiencia sobre el tratamiento de obispo emérito. «Ciertamente, la situación del Papa no es la misma, pero hay determinados elementos que, por analogía, son de utilidad para reflexionar sobre el caso del Papa que renuncia, pues se trata también de una función episcopal», asegura.