EL DUEÑO DE LA NOCHE
Como en cualquier velatorio, hubo lágrimas, y muchas. Pero no fue tanto el pesar, más bien fue el agradecimiento. Celina ya había vivido lo suficiente, y más. Tuvo doce hijos y una infinidad de nietos, bisnietos, tataranietos y hasta choznos. Su cuerpo ya casi no podía nada. El 15 de febrero había cumplido 119 años.
A Celina la terminaron complicando sus pulmones, que se le llenaron de líquido. El jueves al mediodía sus familiares tuvieron que llevarla al hospital Eva Perón de Merlo. No hubo mucho que hacer con ella ante semejante neumonía. A la una de la madrugada del viernes murió. A la tarde la velaron y después la llevaron al cementerio Santa Mónica.
Su larga vida comenzó en 1897, en una granja tucumana de Famaillá, donde se despertaba con los gallos, y trabajaba todo el día. Allí cultivaba, criaba animales, cocinaba mazamorra, paría hijos, les hacía pochoclo, los empujaba para ir a la escuela. Ella no había ido. Era analfabeta. Andaba a caballo, bien rápido. Así salvó a varios de sus hijos con meningitis, galopando hasta el hospital. A dos no pudo llevarlos, y los tuvo que enterrar.